martes, 1 de mayo de 2012

Cuando el sol se esconde


Cuando un niño dibuja un sol, lo colorea de amarillo.
Cuando llega el momento en el que ha de esconderse, con calma, el cielo se vuelve loco mezclando los pantones del atardecer; rojo, naranja, caldero, rosa...y si te encuentras observando la escena y lo haces en silencio, por un momento, alcanzas una paz mágica.
Aquí, nuestro cielo se torna gris.
Su causa son las tormentas de arena.
Polvo en suspensión que crea una muralla costosa de atravesar, a veces infranqueable, donde los rayos del sol con su fuerza, logran desafiarla cada día.
Ahí está, borroso tras la neblina.
A veces, consigue colarse en las primeras horas y deslumbra con todas sus ganas, pero enseguida, se ve abatido.
Nuestro sol es un gran circulo blanco.
Y llega nuestro atardecer.
Lo ví por primera vez junto a mi hijo. Nos sentamos esperando a que cayese tras el mar.
Nuestro cielo es una película de blancos y grises, no cambia, es siempre igual y él, no cae, simplemente en la misma posición, desaparece.
Los hijos de una familia india sonreían y mi hijo también. Ahí estaban esos instantes mágicos.
Cuánto tenemos que agradecerle a Dios o quien sea que esté en el otro lado de nuestro mundo, pensé.
El sol ya se refugiaba en su escondite hasta la mañana siguiente y lucían las farolas de La Corniche.
Nuestra luna aparecía con su gran forma de sonrisa.
Momentos sencillos y pequeños, que sin embargo, a veces son grandes y más que suficientes para sentirse en calma y feliz.
Y es que desde siempre el menos, es más.

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