viernes, 11 de mayo de 2012

Palmera y no de chocolate


Quien me conoce bien, sabe que me apasiona todo lo relacionado con las casas, su diseño, su interiorismo...todo, absolutamente todo.
Tengo miles de revistas y libros relacionados con el tema.
Ni sé, las veces que los he visto y leído.
Ya tengo fichado uno muy bueno que me leeré con el diccionario inglés-español a mi vera.
Y hoy, me he quedado noqueada contemplando las casas de una de las islas de Dubai.
Nunca, ni en la Moraleja (aunque solo conozco una), ni en Sotogrande, La Finca, Las Lomas (no las de Cuéllar), había visto cosa semejante.
No hay parangón ni comparación que valga.
No hay.

The Palm Islands son las tres islas más grandes del mundo (ya sabéis: Emiratos Árabes = X Lo más grande del mundo).
Su diseño consiste en un tronco, una corona con ramas y está rodeada de una isla creciente que funciona de rompeolas.
En la que nos hemos colado hoy por unos minutos, es la "más pequeña"; The Palm Jumeirah y ésta tiene 17 ramas, ocho a cada lado y una pequeñita.


En total, las islas tienen 4.000 villas residenciales, 1.000 casas únicas, 5.000 apartamentos costeros, puertos deportivos, el parque temático "La Atlántida", restaurantes, centros comerciales, etc, etc.

De camino por "el tronco" me dice mi señor marido que vamos a ver si podemos entrar.
"No nos van a dejar, mira la seguridad".
"Que sí".
"Que no".
Pues sí. Le hemos puesto caritas al señor de la entrada y nos ha dejado pasar 10 minutos "pelaos".
Claro que tampoco habría mucho problema porque era pronto y había cuarenta y tantos grados.
Y yo, con cámara en mano "para aquí!" y foto al canto, de una...de otra...y, nos la hemos jugado del todo.
Hemos parado el coche y hemos entrado por una puertecita que daba a las playas privadas.
Se me han llenado los ojos de lágrimas. No sé si de alegría, si de pena o de lo bonito que era aquello.
He aquí, un porche absolutamente maravilloso. Con su piscinita en un lateral y a los pies del jardín de césped impoluto, su playa privada de arena blanca inmaculada.



Pero enseguida hemos salido pitando, tampoco era cuestión de meterle en un lío al pobre hombre que nos ha dejado pasar.
Cuando hemos salido, le hemos dado una propinilla de nada.
Calladita he ido de camino hacia el Zoco pensando en que había visto con mis propios ojos, las casas más bonitas del mundo. Ay que ver, con lo que me contento a veces.
Y hemos llegado al antiguo "Souk".
Había muchísima gente en los alrededores. Todo hombres.
Todos con pantalón largo y camisa de manga larga.
Todos de color Paladín a la taza.
El sitio en cuestión era una calle más bien corta con tiendecitas. En todas vendían pashminas. Pero no de lana de cachemir ni nada por el estilo, sino de las de toda la vida.
"Tu padre se va a echar una manta de esas al cuello estando en el horno de Cañadio" he pensado yo. Pues menuda temperatura, 46 grados. Más calientes que una patada en la oreja andábamos ya a esas horas como para comprar túnicas hasta los pies y pashminas.
Gorros no, pero camisolas de una especie de tejido parecido al fieltro sí. "¿Y no venden ustedes pantalones de forro polar?". Jesús bendito.
Y sudando la gota gorda, hemos regresado a casa.
De nuevo, he vuelto a tener calor en los ojos.




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