viernes, 10 de octubre de 2014

Una de divagaciones por favor


La parrafada de hoy, tiene más que ver conmigo que con la temática de El Alquiler. Porque oye, yo también tengo mis momentos que nada tienen que ver con la vida esta de tirititeros que llevamos.
Veréis, yo, tengo reuniones de vez en cuando conmigo misma. Las suelo llevar a cabo cuando estoy leyendo. De repente no sé el porqué, levanto la cabeza del libro y dirijo la mirada hacia la nada. Unas veces pienso en de todo lo habido y por haber y me autoaclaro bastantes cosas (de ahí la entrada de hoy) y otras muchas lo hago de manera deliberada y me autoreuno para llegar a conclusiones y tomar decisiones.
Porque la vida, ya lo sabéis todos, es un devenir de decisiones constantes.
Y sabe Dios cual será la orden del día  en el momento que desconecto de la realidad, pero ahí estoy yo conmigo misma.
Anoche, tuve uno de esos encuentros y  lo primero en lo que pensé fue en la comida peruana.
Este es un país gastronomicamente hablando, de lo mejorcito que hay en el mundo. O eso dicen. Pero es que a mí me pasa una cosa; o las cocinas cumplen con un estándar mínimo de limpieza e higiene, o yo no cojo ni el tenedor de la mesa. Solo me basta mirar alrededor por un corto perímetro, para saber si fríen  los calamares en el mismo aceite que las patatas. Y ahí, señores, si se confirma semejante marranada o similar, me cierro en banda. Antes me dejo los dientes en un cacho pan de hace 5 días.
Y no soy cuadriculada, soy reticente a probar ciertas cosas lo cual es un matiz importante a valorar. La comida peruana, mucha de ella, se caracteriza por las salsas. Casi todo lleva alguna y cuando no averiguo, pero ni siquiera imagino qué hay debajo de esas cremas de colores, otra vez, cierro el candado y ni lo cato.
Y dale molino con que soy asquerosita comiendo. Si no te gusta el lechal, por mucho que lo ase Cándido en su horno de leña, pues no. No y mil veces no.
Total; que ni he probado el cebiche porque me da un asco que me espanta el pescado crudo (ni lo puedo comer) ni como nada que esté catapultado por una salsa de color ni, volveré a probar JAMÁS y lo juro ante la Biblia, las conchitas (o vieiras) crudas o cocidas con queso gratinado por encima. Personalmente pienso que eso no es un maridaje sino una penitencia tanto para el molusco como para el queso. Porque que esos dos ingredientes estén juntos, es porque en otra vida la debieron liar parda y el hombre (uno muy cabrón), los juntó para hacerles la vida imposible. Y hay a gente que les fascina. Yo antes me paseo desnuda por la Gran Vía.
Con lo cual, concluyo el primer punto; no me gusta la comida peruana aunque hay platos, que son maravillosos. De hecho me he hecho adicta a dos elementos típicos de la tierra: la Quinoa, un cereal libre de glúten de sabor pelín amargo que tiene más y mejores propiedades que los cereales convencionales y a las semillas de Chia, que lo que hacen a parte de ocupar todas las despensas de las celebrities (porque ahora, manda eggs,  se lleva el rollo ese del comer bio eco sano), es aportar un muy alto contenido de vitaminas, minerales y ácidos grasos.
A si que habiendo cosas tan buenas y existiendo los huevos fritos, a qué tengo yo que ingerir comistrajos.
Total, que yo voy a seguir con mi alimentación sana y mis cuidados gastronómicos que me va muy bien.
Punto y final al tema.

A ver, qué viene ahora Paulita.
Ah! Qué verdad tan grande; jamás te mudes a otro país en otoño/invierno. Aunque sea un paraíso. Aunque sean las mismisimas Sheychelles, aunque sea (a Manhattan creo que sí)...no sé, pero no. Porque un mismo clima prolongado durante mucho tiempo es como el mismisimo martillo de Thor. Y dale y dale...y al final te merma. Este abrigo gris, un día otro y otro y otro y cuando ya se pone como complemento la garua, que es nuestro chirimiri...el cielo te abraza y te atrapa. E incluso a veces tu personalidad se mimetiza con él. Pero es curioso, porque el color gris me apasiona (...me iba a gustar a mí el naranja por Dios).
Total, que aquí no hay cuatro estaciones, hay dos; invierno y verano. Llevo viviendo aquí cuatro meses y he visto el sol  a lo mejor, 5 horas. Estoy carente total de vitamina C y tengo un color de piel que denota una especie de ictericia aliada con una enfermedad hepática.
Mmmm...seguimos.

La gente, yo, estaba equivocada. Esto no es, alamevoyaLimaysuboelMachupichu y luego a la que bajo, me doy un paseito por el barrio de San Isidro, ceno y me voy al hotel a dormir entre sus sábanas asépticas. No. Ir a Machupichu, supone una excursión en toda regla; hay que coger un avión a Cuzco que tarda una hora y pico. De ahí, un tren que son alrededor de tres horas, luego un autobús que tarda otra media hora y luego caminar a pata. Y de repente pienso en los niños...¿cuándo voy a armarme de valor y ganas para ir a ver una de las maravillas del mundo con mis dos criaturas? y me agoto solo de pensarlo. Bueno, lo dejamos en el tintero de momento. Un tema no cerrado. Pasemos al siguiente.

Me viene a la mente algo más profundo.
Una de las cosas que le ocurren a la mayoría de los expatriados (a no ser que me hayan mentido, pero yo doy fe de que es cierto en mi caso), es que consigues conocerte a tí mismo mucho mejor; siempre eres más de lo que creías ser capaz  y también, descubres que eres menos de lo que, en muchos aspectos.
Más paciente, más tolerante, menos nervioso, menos compulsivo, más inteligente, más hábil, menos constante, también menos gilipollas...Y no sabéis lo que uno puede sorprenderse a sí mismo. Es una barbaridad.
Me he dado cuenta de que cada vez, todos y todas, somos más dejaos y solo cuando hay una catástrofe, nos echamos las manos a la cabeza cuando hay cosas, que se podrían ver a la legua porque van en tropel con bombo, platillos y luminarias.
El género humano es brillante pero un puñetero desastre.
Todos tomamos decisiones determinantes cuando está a punto de finalizar el año o, cuando acaba de comenzar uno nuevo. Y luego, muchas de ellas se evaporan. Propósitos olvidados.Yo he aprovechado cada comienzo de vida en un país diferente como un "nuevo empezar", aunque suene a secta.
Uno puede no trabajar pero estar en constante movimiento.Yo he ido a mi ritmo pero no he parado (hasta he tenido un segundo hijo que va a cumplir un año).
Por razones de logística, he hecho un stop. Pero ¿por qué esperar a primeros de año para empezar esto o lo otro? Cualquier momento es bueno si de verdad queremos hacer algo. Sea lo que sea. No digamos eso de "mañana le mando un mail a Brígida que hace que no sé nada de ella..." porque Brígida un día se cansará de no saber nada de tí y de que no contestes y te mandará a cagar a Olmedo. O eso de..."ufff, en Enero me apunto a inglés. Ya si eso esta semana voy y me informo..." no, vas ya porque a lo mejor mañana conoces al amor de tu vida y resulta que es más británico que Carlos de Gales y Camila Cornualles juntos.
Todo para mañana. Y no señores.
Esperar...¿esperar a qué?.
Y ya sabemos todos, que por la calle del ya voy, se llega a la casa del nunca.

Luego entonces, tenemos que:
- Estoy como un cencerro y tengo reuniones con mi otro yo.
- En general no me gusta la comida peruana y sigo aferrándome a la dieta mediterránea.
- Jamás hay que irse a vivir a otro país ni en otoño ni en invierno a no ser que quieras acabar tomando Seropram y Anís El Mono.
- Me da una pereza espantosa subir al Machupichu con un niño de seis años y otro de uno.
- Lo que quieras y desees hacer, no lo dejes para mañana porque puede ser demasiado tarde.