viernes, 8 de junio de 2012

Sentimiento maternal


Llega un momento en la vida de una persona en la que surge la cuestión; sí o no.
Llega ese momento de inflexión en el que la respuesta, la decisión final, marcará un antes y un después.
Llega el momento de continuar o quedarse en el mismo lugar.
La teoría más que extendida y universal, todos la conocemos antes de embarcarnos en la que será la gran aventura de nuestras vidas pero sin embargo, es el mayor viaje desconocido que jamás cualquier persona hará nunca.
O sí o no.
Yo, nosotros, dijimos sí. Y Dios (o quien sea), quiso que así fuese.
Las cuatro hormonas responsables de todos y cada uno de los cambios en el organismo de una mujer, pueden ser unas punkis o pueden ser tímidas o pueden estar de vacaciones o, pueden ser un caballo de Troya.
Y no hay marcha atrás.
Cada persona somos un mundo y las opciones del desarrollo, infinitas.
Hemos de asimilar que la exposición ante los cambios del antes y del después, pueden o hacernos los seres más felices sobre la tierra o a priori, destruirnos por completo a nosotros y todo aquello que se encuentra a nuestro alrededor. De manera que, antes de dar el paso que conllevará la mayor de las responsabilidades existentes, es indispensable (a mi entender) ser feliz, sentir el bienestar que aporta la tranquilidad, la estabilidad en el ámbito personal con uno mismo porque, un hijo los primeros meses de su vida no es el elemento que por arte de magia todo lo solucione y todo lo apacigüe. Incrementará de forma escandalosa cada instante bueno y cada instante malo.
Realmente puede lograr coger todo tu ser y destruirlo hasta abatirte por completo. Puede envolverte en una tormenta de absoluto pesimismo donde es un imposible hallar un libro con respuestas y lograr un ápice de consuelo o, puede llevarte al sumun  de la felicidad y que cada componente de tu vida, se transforme y sea mejor empezando por uno mismo.
Pero llevarlo dentro nueve meses no te hace amarlo cuando lo tienes en tus brazos.
El amor, se desarrolla poco a poco hasta que se hace inconmensurable e indestructible.
La experiencia es un grado y poco a poco todo va fluyendo y funcionando.
Pero el corazón de unos padres se queda sin peladura desde el momento en el que nacen; las penas son más dolorosas y sus sonrisas, aplacan cualquier mal.
Se convierten sencillamente, en la razón de tu existencia.

Hoy, escribo estas palabras porque ha llegado de nuevo ese momento en el que después de un letargo de tres años y cuatro meses, hemos de nuevo de tomar la decisión. Sí o no.
Me frenan los recuerdos. Me pesan demasiado. Fueron demasiadas noches insomnes entre lágrimas sin consuelo. Fueron demasiados momentos de desesperación y de soledad. Fueron demasiados días de descuido sobre los demás ámbitos de nuestras vidas. Fue demasiada la entrega y también demasiada la ausencia de respuestas.
No sería capaz de atravesar de nuevo ese trayecto tan hostil.
Pero...ahora tengo tres años y cuatro meses de experiencia, tengo un grado más de fortaleza y tengo, a lo mejor que he hecho y haré jamás.





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