sábado, 13 de octubre de 2012

El jefe de los pensamientos


Es nuestro próximo viaje a España en Navidad.
Cada día que me levanto, cuando veo todos esos rascacielos modernistas y el cielo polvoriento, llega a mi mente de sopetón y a su vez, me empuja una sonrisa y un "yuhu".
Once días en la capital.
Once días de frío, largos paseos, jornadas gastronómicas y grandes dosis de momentos con familia y amigos.
Como lo echo de menos.
Y es algo curioso, veréis.
Yo no soy una persona muy familiar, las razones no importan, pero sin embargo, hay momentos determinados, situaciones que para mí, tienen una especie de elixir de bienestar absoluto. Que sencillamente me llenan.
Mi abuela  a penas oye, ya no le dejan cocinar pero lo hace, no ve la televisión; la escucha, los domingos va al bingo y está tan centrada en acicalarse que a penas te presta diez minutos de su atención si estás con ella ese día, tampoco ha sido ni es una mujer cariñosa, pero, esa llamada de "veniros a comer cocido", llegar a su mini casa, subir los decibelios de nuestra voz, besarle con pedorreta en el carrillo y, sentarnos con ella para deleitar los tres platos...a mí me llena de la misma manera que su nombre, el de ella; Felicidad.
O esas cuatro confidencias con mi tia en la cocina, mientras presto toda mi atención a los movimientos de ingredientes en la receta del día, a la destreza del manejo de cazuelas y sartenes.
El café de sobremesa con mi padrino, la persona más buena, trabajadora y generosa que jamás conoceré. Mi padre en miles de sentidos.
Un abrazo de mi hermano, aunque dure segundos.
Un grito de otra de mis tias que es como metralla pero que sin embargo, va cargado de aire porque nos quiere a todos a rabiar.
Momentos pequeños que me provocan sensaciones inmensas y placenteras en su totalidad.
"Te quejarás".
No me quejo de nada, bueno sí, del día climático de la marmota. Ya sabéis que los extremos no son buenos en ningún sentido y tanto calor, agota a veces demasiado.
No puedo sacarle un "pero" a la tarde de hoy sentados en la playa mientras veíamos por primera vez, el sol de color naranja y rojo mientras se escondía. Ni al hecho de poder salir a caminar por las tardes noches con vestimenta totalmente veraniega cuando allí tenéis encima el otoño y sus lógicas consecuencias.
No me quejo de nada.
Pero esa Paula payasa y pizpireta, baja unos cuantos escalones y necesita llenarse de lo suyo y los suyos.
Para seguir corriendo, para seguir adelante.
Dos meses y ocho días para el take off.









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